LA COVA DEL BARRANC DE MIGDIA
(Traducción del artículo de Quaderns del Museu de Xàbia Vol 3 - 2019)
Equipo de investigación de la Cova del Barranc del Migdia: Marco Aurelio Esquembre, Juan de Dios Boronat, Consuelo Roca, Jorge Soler y Joaquim Bolufer.
Equipo de investigación de la Cova del Barranc del Migdia: Marco Aurelio Esquembre, Juan de Dios Boronat, Consuelo Roca, Jorge Soler y Joaquim Bolufer.
El 9 de abril de 1989 unos jóvenes del Centre Espeleològic de Gata hacían prácticas de escalada en los acantilados de la solana del Montgó. Mientras descendían por las paredes de la cabecera del barranco del Migdia pararon en una cueva abierta en medio del cortado vertical, a unos cuarenta metros sobre el suelo. Pronto observaron unos motivos pintados en color negro situados sobre las paredes y el techo de la cueva. También en tierra, habían algunasfragmentos de cerámicas esmaltadas de color turquesa.
Visitas posteriores permitieron evaluar el interés de este yacimiento que conserva un importante conjunto de pinturas rupestres de estilo esquemático asociadas a un enterramiento colectivo, también de época prehistórica. Aquellos fragmentos de cerámica esmaltada recuperados en la sala de las pinturas, correspondían sin embargo, a una ocupación muy posterior, de finales del periodo andalusí, poco antes de la conquista feudal de las tierras de la Marina Alta.
La Cova del Barranc del Migdia, o del Migjorn, está situada a unos 404 metros de altura, sobre los riscos verticales del Montgó, justo donde empieza ese barranco. Tiene tres bocas o aberturas, la más grande, abierta al suroeste, es la que acoge el conjunto de pinturas rupestres; en el extremo opuesto, orientada a levante, se encuentra la entrada desde la que se efectúa el acceso al interior. En medio de la galería, entre esas dos aberturas, se abre un agujero colgado sobre la pared, orientado al sur, al que se accede desde la sala central de la cueva, espacio este que acoge la cámara funeraria del yacimiento. En total unos 38 metros de recorrido desde el acceso hasta la sala de las pinturas, aunque si contamos todas las galerías, el recorrido interior de la cueva es de 52 metros, con un desnivel máximo en el interior, entre el techo y el punto más bajo, de 9 metros.
Las dificultades de excavar en este yacimiento, tanto por el difícil acceso a la cueva como por los gastos económicos de estos trabajos, provocaron que se pospusiera la intervención. A partir de 1990 se iniciaron desde el Museo de Xàbia los trabajos de calco y registro gráfico de las pinturas, que fueron publicados, junto con un amplio estudio sobre el yacimiento, en 1997 (J.Casabó, E.Martínez y J.San Pedro; Revista Aguaits núm. 13/14).

No fue hasta el año 2009 cuando gracias al apoyo económico de la Fundació Cultural CIRNE se iniciaron los trabajos sistemáticos de excavación del yacimiento. Desde aquella primera campaña de octubre de 2009, se han realizado cuatro más: dos en 2010 (entre junio y julio, y entre noviembre y diciembre), otra entre diciembre de 2012 y enero de 2013 , y la última y definitiva entre agosto y septiembre de 2014.
La excavación arqueológica ha afectado a los sedimentos de la sala central, lugar donde se encuentran los enterramientos. Este espacio tiene unos dimensiones aproximadas de cuatro metros y medio de longitud (este-oeste) y unos tres metros y sesenta centímetros de anchura (norte-sur), mientras que la altura máxima es de 165 cm., Aunque después de haber excavado una parte de los sedimentos se ha ampliado la altura, llegando casi a los dos metros en algún punto. En el lado norte de la sala, y siguiendo esa dirección, se sitúa el inicio de una galería de unos 50 cm. de anchura, que aparece colmatada con los sedimentos arqueológicos que acompañan el conjunto de los enterramientos colectivos.
La excavación arqueológica ha afectado a los sedimentos de la sala central, lugar donde se encuentran los enterramientos. Este espacio tiene unos dimensiones aproximadas de cuatro metros y medio de longitud (este-oeste) y unos tres metros y sesenta centímetros de anchura (norte-sur), mientras que la altura máxima es de 165 cm., Aunque después de haber excavado una parte de los sedimentos se ha ampliado la altura, llegando casi a los dos metros en algún punto. En el lado norte de la sala, y siguiendo esa dirección, se sitúa el inicio de una galería de unos 50 cm. de anchura, que aparece colmatada con los sedimentos arqueológicos que acompañan el conjunto de los enterramientos colectivos.
Junto a los enterramientos, el aspecto más importante y singular de este yacimiento es el conjunto de las pinturas rupestres. En el estudio anteriormente citado (Casabó, Martínez & San Pedro, 1997), fueron individualizados diez paneles pictóricos, todos ellos enmarcados dentro del estilo esquemático, y por tanto, con unas dataciones que podemos considerar coetáneas al conjunto de los enterramientos hallados en la cueva. La gran mayoría de las pinturas, y sin duda las que muestran una técnica más depurada, fueron realizadas en pintura negra, mientras que los escasos motivos realizados en rojo presentan un reducido repertorio, formado básicamente por digitaciones o barras paralelas que se superponen los motivos pintados en negro. El amplio repertorio de las representaciones hechas en pintura negra está formado por barras, triángulos, rombos, y otras formas geométricas más complejas con forma de meandros y zigzags, de estrella, de peine, formas de animales cuadrúpedos ( probablemente cabras), formas antropomorfas y un motivo complejo que puede ser interpretado como una figura semejante a un ídolo oculado sobre placa. La mayor parte de estas representaciones, en todo caso aquellas que presentan un mejor estado de conservación, muestran un trazo bien definido, con una pintura plana y densa. Muchos de los motivos son representaciones muy pequeñas, casi miniaturas, como se aprecia sobre todo en los cuadrúpedos, con longitudes máximas que apenas llegan a los 20 mm.
En las pinturas del Mediodía aparecen muchos de los motivos y representaciones del repertorio del arte esquemático, que en algunos casos forman escenas, como el conjunto de cuadrúpedos a la carrera del panel X, pintados sobre el techo de la cueva; o bien aparecen asociados, como ocurre con uno de los conjuntos más conocidos y significativos de la cueva, los dos pectiniformes (en forma de peine) horizontales y paralelos, y dos esteliformes (en forma de estrella) unidos lateralmente, situados justo por debajo de los pectiniformes. Así mismo, este conjunto, que parece representar un ídolo oculado, parece asociarse con un ídolo antropomorfo (de forma humana) de cuerpo bitriangular, unido por los vértices, cabeza redonda y brazos formados por un trazo vertical.
Otro de los paneles más interesantes y mejor conservado, es el VIII, situado en un agujero o pequeña cavidad del techo de la cueva. Se trata de un conjunto pintado también en negro, con una gran figura central de forma redondeada, plana en la parte superior, que aparece rellena con trazos angulosos que describen una especie de retícula. Asociada probablemente a esta figura, aparecen algunos trazos sueltos situados a su alrededor. Las semejanzas más cercanas a este motivo, las encontramos en una representación en madera de un ídolo oculado de época calcolítica que fue encontrado, junto con otros objetos, en la Cueva Sagrada (Lorca, Murcia), yacimiento que también corresponde a una cueva de enterramientos colectivos con unas dataciones muy similares a las del Migdia.

Sin duda, los avances más notorios en el conocimiento de la Cova del Barranc del Migdia se han producido gracias a la excavación de la sala central, espacio que podemos definir como la cámara funeraria del yacimiento. Las cinco campañas arqueológicas realizadas han permitido descubrir restos diversos de este enterramiento colectivo formado por un amplio conjunto de "paquetes" de huesos que corresponden a varios individuos: hombres, mujeres y niños.
La excavación ha dado un número mínimo de 10 y un máximo de 12 individuos, que se depositaron en distintos momentos, en paquetes o agrupaciones diferenciadas. Se recogieron 1.935 fragmentos de huesos humanos. Su estado de conservación, en general, es deficiente, en gran parte por los procesos tafonómicos vinculados a la dinámica de la cueva.
La excavación ha dado un número mínimo de 10 y un máximo de 12 individuos, que se depositaron en distintos momentos, en paquetes o agrupaciones diferenciadas. Se recogieron 1.935 fragmentos de huesos humanos. Su estado de conservación, en general, es deficiente, en gran parte por los procesos tafonómicos vinculados a la dinámica de la cueva.
Esta presenta en la actualidad actividad hidrológica, siendo más acentuada en periodos húmedos. La estructura interna de la cueva, con largos y estrechos pasillos, facilita una activa circulación del aire, con una corriente continua. Con unas condiciones similares, en el momento de mayor actividad del proceso de inhumación de la cueva, los restos óseos, maderas y carbones han sido expuestas a una importante variación de humedad y temperatura. Estas características han condicionado negativamente la preservación del registro óseo. Este deterioro es más acusado en la zona meridional del vaso, en que se ha podido constatar que la dinámica de calcificación ha sido más activa, afectando el sustrato arqueológico y el registro material. Los huesos, en general, se encuentran muy fracturados y erosionados y su estado es frágil.
La gran cantidad de enterramientos depositados en un espacio tan reducido, así como otros factores difíciles de evaluar, hacen que sea complicado poder determinar e individualizar los "paquetes" funerarios, o sea, cada uno de los conjuntos de huesos que corresponden a cada enterramiento . Esos factores pueden ser los propios rituales funerarios, es decir, la manera de cómo se han dejado los paquetes, o bien como afecta la colocación de un nuevo entierro sobre los anteriores. También, hay otros fenómenos producidos con posterioridad a estos rituales, que pueden alterar o enmascarar el orden original (procesos que llamamos "postdeposicionales"), que ocurren después de realizar el enterroamiento que pueden obedecer a causas naturales y casuales , como las madrigueras de los roedores u otros factores. Y en un último lugar estaría la utilización de ese mismo espacio en momentos posteriores para otros fines, como el posible uso de la cueva como refugio de pastores, o lugar para ocultarse.
En la Cova del Barranc del Migdia parece sin embargo, que los distintos y sucesivos enterramientos no alteraron los anteriores "paquetes", o al menos, parece que los rituales de deposición de los enterramientos no muestran esa intención de alterarlos. En función de las observaciones de campo y del análisis de la distribución espacial, hemos considerado que los restos se distribuyen en seis «paquetes» o agrupaciones de huesos, que se han enumerado del I al VI conforme se documentaban en el proceso de excavación.

Los enterramientos del período calcolítico suelen acompañarse de un "ajuar funerario", formado por objetos y otros materiales que se depositan junto al muerto: collares y colgantes de adorno, vasos de cerámica, puntas y hojas de sílex tallado, azuelas y hachas de piedra pulida, instrumental metálico de cobre / bronce, ídolos de hueso o piedra, y otras piezas, no siempre fáciles de interpretar, como son restos óseos de fauna que quizás fueron los restos de ofrendas cárnicas. También en la Cova del Barranc del Migdia aparecen estos ajuares: piezas de valor simbólico, ofrendas a las fuerzas naturales o quizás a las deidades, o bien objetos que acompañarán y facilitarán el tránsito del difunto al más allá. Aquí son abundantes las puntas de flecha de sílex tallado (trece en total), de diversas formas, pero realizadas siempre utilizando la técnica del retoque plano, invasor y continuo ejecutado a presión, que afecta a las dos caras de la pieza. También de sílex tallado son algunas hojitas y lascas y una laminilla que podría corresponder a un diente de hoz.

El conjunto más numeroso, también el más fragmentado, corresponde a las cerámicas. Vasos hechos con pastas groseras, con abundante desgrasante blanquecino, de cocciones irregulares y varias tonalidades. Parece tratarse en todos los casos de formas de volumen medio, más o menos hemisféricas, siempre abiertas, de borde recto ligeramente inclinada hacia dentro y base convexa. Sólo un fragmento presentaba decoración; corresponde a la pared de una vasija de tamaño medio que conservaba sobre la cara exterior tres motivos pintados en rojo, sólo parcialmente conservados, que podemos definir como de tipo geométrico, y que recuerdan los motivos angulares esquemáticos que decoran las paredes de la sala contigua de las pinturas. Estas piezas cerámicas contendrían, seguramente, leche u otros productos que acompañarían el difunto y servirían de ofrenda funeraria
Más escasamente, han sido encontradas otras piezas de ajuar más singulares: una pequeña cuenta de collar discoidal, caracolillos y conchas perforadas usadas como collares y varios fragmentos de varillas planas de hueso. Destaca, el conjunto de tres hachas de piedra pulida (dos sobre diabasa y la otra en piedra metamórfica) y una pequeña azuela de piedra blanca también pulida, posiblemente silimanita, y un pequeño punzon de cobre / bronce de sólo unos 35 mm de longitud, con un extremo apuntado y sección cuadrada y un pequeño fragmento de otro.
Como hemos dicho más arriba, es complicado definir e individualizar cada uno de los enterramientos. Se ha constatado sin embargo, que algunos estaban marcados por uno o más bloques de piedra caliza, sin trabajar, que aparecían colocados al lado o encima del enterramiento. Los grupos humanos que crearon y utilizar esta necrópolis pertenecían al Calcolítico, periodo que corresponde a los últimos momentos del Neolítico, amplia etapa que marcará el final de las culturas de los cazadores y recolectores y la aparición de la agricultura y la ganadería.
Este trascendente cambio comenzará en nuestras tierras a mediados del VI milenio antes de nuestra era, mientras que el calcolítico podemos situarlo en el III milenio ane, aproximadamente entre los años 2700 y 2000 antes de nuestra era. Las dataciones radiocarbónicas (calibradas) obtenidas sobre los restos humanos del Migdia se enmarcan entre el 2.670 y el 2.250 ane, unas cronologías relativamente recientes respecto de otras cuevas de enterramiento múltiple del territorio valenciano.
Las gentes que enterraron a sus muertos en la Cova del Barranc del Migdia centraban su actividad en la agricultura, básicamente cerealística (cebada y trigo) y las actividades ganaderas derivadas del pastoreo de ovicápridos. Sus poblados, de dimensiones modestas, estaban situados en el valle, cerca de los cultivos. De estos asentamientos sólo tenemos escasos indicios arqueológicos, sólo algunos fragmentos cerámicos, y poco más, recuperados en la Vall de Pexet, yacimiento arqueológico situado en la parte de poniente del valle que ocupa un suave altozano al lado de la Barranquera. Las óptimas condiciones de este asentamiento hicieron que tuviera una amplísima ocupación, iniciada probablemente en el Calcolítico y que perduró, con solución de continuidad, en época tardo ibérica, romana y andalusí. También en la Vall de Castelló, situada unos 1500 metros al este de la anterior yacimiento, se han recuperado algunas evidencias de ocupación en este periodo.
Hasta el calcolítico, son escasos los enterramientos de época prehistórica documentados al País Valencià; más aún, los pocos conocidos corresponden a enterramientos individuales o dobles. Es a partir de este momento, cuando aparecerán las necrópolis colectivas en cuevas que caracterizan el Calcolítico valenciano. Este hecho coincide con una gran proliferación de poblados en zonas planas, lo que indica un importante crecimiento demográfico y una clara tendencia a la sedentarización. La aparición de estos nuevos rituales funerarios, se debe explicar por el desarrollo del sentimiento de territorialidad, que vincula cada vez más estos grupos de agricultores y pastores con un territorio propio y concreto. La necrópolis colectiva, donde reposan los miembros del grupo, perpetuará su vinculación al territorio.
Al mismo tiempo, la similitud que muestran los ajuares de los difuntos, con un registro de objetos que van repitiéndose, así como el hecho de no encontrar signos diferenciales entre los enterramientos, hacen pensar en grupos con pocas diferencias sociales, pero con un marcado sentimiento identitario común. Ese sentimiento de territorialización aparecería reforzado por el conjunto de pinturas rupestres esquemáticas que guarda el yacimiento, situadas en un lugar central y relevante del valle, un punto singular del Montgó que ha sido durante generaciones relacionado con los ritmos de la sociedad agrícola tradicional. El barranco del Migjorn (o del Migdia) funciona como un reloj de sol que marcaba y marca el mediodía, tal como claramente indica su nombre. De esta manera, la cueva, usada por ese grupo humano del calcolítico como cementerio y espacio simbólico, seria un hito reconocible de su vinculación en el valle y su entorno.
En el término de Xàbia conocemos otros yacimientos, también en cuevas, que han aportado restos humanos y que habría que considerar como cuevas de enterramiento. Casi todos estos yacimientos arqueológicos están situados en el Montgó, la gran mayoría en la solana. Entre todos destaca la Cova del Montgó, yacimiento con una amplísima cronología, que parece que fue utilizado en el período calcolítico como necrópolis colectiva y donde se han documentado los restos de un mínimo de 11 individuos.
A pesar de su situación, escondida y de difícil acceso, o tal vez por ello, la Cova del Barranc del Migdia fue ocupada muchos años después de haber sido usada como necrópolis prehistórica. Fueron pero ocupaciones eventuales, de corta duración. La primera corresponde a un momento no bien determinado que podemos situar, en época tardorromana, quizás hacia el siglo V de nuestra era. Son pocos los materiales de ese momento, algunos fragmentos de una ánfora de origen africano y de otros fragmentos de cerámica común. Estos materiales provienen de la sala central y fueron encontrados en las capas superficiales de la excavación.
A pesar de su situación, escondida y de difícil acceso, o tal vez por ello, la Cova del Barranc del Migdia fue ocupada muchos años después de haber sido usada como necrópolis prehistórica. Fueron pero ocupaciones eventuales, de corta duración. La primera corresponde a un momento no bien determinado que podemos situar, en época tardorromana, quizás hacia el siglo V de nuestra era. Son pocos los materiales de ese momento, algunos fragmentos de una ánfora de origen africano y de otros fragmentos de cerámica común. Estos materiales provienen de la sala central y fueron encontrados en las capas superficiales de la excavación.

El otro momento de ocupación de la cueva se produjo muchos siglos después, en época andalusí, poco tiempo antes de la conquista de Jaume I de estas tierras. El hallazgo más importante de este momento es un conjunto de monedas almohades y otras piezas de cerámica, como una orza con esmalte turquesa casi entera. Parece pues, que en este momento la cueva sirvió como escondite; quizás incluso, la ocultación se produjo ante la inminente llegada en 1244 de los conquistadores feudales.