Hace 50 años, el 24 de octubre de 1974, fue visto por última vez, antes de ser "desaparecido" por el régimen represivo del dictador chileno Pinochet.
Antoni nació en Xàbia el 29 de abril de 1936. Su madre era Mariana Mengual Roselló (Marianeta), su padre Antoni Llidó Fornés (Tonet). Vivían en la calle Mayor, nº 2, donde su padre tenía su carnicería, además, también regentaba un puesto en el mercado municipal, enfrente de la iglesia. Era uno de los cuatro o cinco carniceros del pueblo. En 1947, cuando Antoni sólo tenía 11 años y su hermana Pepa 7, su padre falleció (posiblemente de cáncer) dejando a Marianeta sola con los dos niños. Como no podía atender la carnicería, decidió convertirla en una tienda de todo tipo de dulces, chocolates, tabaco y similares. Los niños ayudaban a su madre en todo lo que podían. Y, por supuesto, continuaron su educación. A pesar de sus escasos medios, Marianeta sabía lo importante que era educar a sus hijos y trabajó duro para hacerlo posible. Antoni terminó sus estudios en la Academia Jesús Nazareno de Xàbia, tras lo cual obtuvo una beca de la cooperativa agrícola para estudiar en Alicante. Se licenció en Magisterio en 1957. Pepa se hizo enfermera. Terminada la carrera, Antoni sorprendió a todos anunciando que había decidido hacerse sacerdote. Fue de lo más inesperado. Nada en su vida hacía presagiar tal decisión. Marianeta, que era una buena persona, llevaba a los niños a misa todos los domingos, como todo el mundo. Sin embargo, no era excesivamente religiosa y no había nada en el carácter de Antoni que sugiriera tal elección: era un joven muy extrovertido, sociable y alegre. En las grandes comidas familiares siempre se cantaba y Antoni era quien más animaba la fiesta. Tenía muchos amigos, chicos y chicas, y le encantaba cantar y bailar con su cuadrilla. Lo que le llevó de repente al sacerdocio es un misterio que nadie entiende. Debió de sentir la vocación. Antoni fue al seminario de Moncada, a poco más de 10 kilómetros al norte de Valencia, y se ordenó sacerdote en 1963. El 22 de septiembre de ese año celebró misa en la iglesia de San Bartomeu de Xàbia. En 1961, mientras estudiaba en el seminario, su madre murió de un derrame cerebral. Aquel triste día, Antoni recogió a Pepa, que estudiaba en Valencia, y juntos fueron al entierro. Él tenía 23 años y Pepa sólo 19. Fue como sacerdote, en su primer cargo, cuando el compromiso social de Antoni se hizo patente. De 1963 a 1967 fue párroco de 700 personas en dos pueblos, a unos veinte kilómetros de Alcoy: Balones y Quatretondeta. Los aldeanos eran en su mayoría trabajadores agrícolas que necesitaban que todos los miembros de la familia trabajaran para ganar lo necesario para subsistir. Como maestro, Antoni era consciente de la importancia de la educación para superar la pobreza. Animaba a los padres a que sus hijos continuaran estudiando después de terminar la educación primaria. Con los professores locales, organizaba clases de radio para sus alumnos después de trabajar en el campo. A través de amigos de la Universidad de Valencia, también consiguió que estudiantes voluntarios de diversas disciplinas se implicaran en este proyecto, dando clases los fines de semana a los jóvenes del pueblo. Pero eso no era todo, también estuvo ayudando en los trabajos del campo a los padres de los alumnos. Al final de sus cuatro años allí, había ayudado a muchos estudiantes a ir a la universidad. Estos dos pueblos tenían una tasa de graduados universitarios superior a la de cualquier otro pueblo en muchos kilómetros a la redonda. Antoni ya consideraba que su papel como sacerdote consistía en ayudar y servir a los más necesitados. Era muy consciente de la injusticia social y sentía que era su deber hacer todo lo posible para aliviar la pobreza. Veía en las enseñanzas de la Biblia una llamada a ayudar a los más necesitados. Pero esto no gustó a los superiores de Antoni en la Iglesia, que a lo largo de la historia siempre se ha identificado con la clase dominante. Antoni sabía que su traslado a El Ferrol como capellán del hospital militar, en la costa gallega, fue un castigo. Nuevamente se enfrentó a las autoridades y dedicó su tiempo a ayudar más a los soldados y marineros que a los oficiales. Al ver la miseria y la pobreza de la comunidad marinera, se radicalizó. Tras sólo diez meses, fue suspendido de este cargo. A través de esta situación vio claramente que su futuro con la Iglesia en España sería difícil, por eso, cuando surgió la oportunidad de trabajar como misionero en Chile, donde había escasez de sacerdotes, sintió que era el camino que tenía que tomar. En 1969, enviado por la Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación, marchó a dicho país. De allí nunca volvería a España. - La lucha de Antoni Llidó por una sociedad más justa en Chile continuará en la próxima parte II-.
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